27 julio, 2006

Una chispa

Las lámparas iluminan el camino
Don Hong-Oai (1996)

La Edad Del Cielo


No somos más
que una gota de luz,
una estrella fugaz,
una chispa, tan sólo,
en la edad del cielo.

No somos lo
que quisiéramos ser,
solo un breve latir
en un silencio antiguo
con la edad del cielo.

Calma,
todo está en calma,
deja que el beso dure,
deja que el tiempo cure,
deja que el alma
tenga la misma edad
que la edad del cielo.

No somos más
que un puñado de mar,
una broma de Dios,
un capricho del Sol
del jardín del cielo.

No damos pie
entre tanto tic tac,
entre tanto Big Bang,
sólo un grano de sal
en el mar del cielo.

Jorge Drexler

23 julio, 2006

Pequeños detalles (2)


Profesor Levy: A lo largo de toda nuestra vida hemos de enfrentarnos a decisiones angustiosas, elecciones morales. Algunas son de la mayor importancia. La mayoría de estas elecciones se centran en cuestiones menores. Pero todos nosotros nos definimos a través de nuestras elecciones.
Somos, de hecho, la suma total de nuestras elecciones. Pero los acontecimientos se producen de una forma tan imprevisible, tan injusta. La felicidad humana no parece estar incluida en los designios de la creación. Sólo nosotros, con nuestra capacidad de amar, podemos dar sentido al universo indiferente. Con todo, la mayoría de seres humanos parecen tener la facultad de seguir buscando, y hasta de encontrar la alegría en cosas simples, como la familia, el trabajo y la esperanza de que las generaciones futuras comprenderán mejor.

Woody Allen

20 julio, 2006

Destino

Mar del Sur - Abril 1993


Alguien que se empeña de esa manera en dar otra oportunidad al destino, se merece un buen regalo.

Julio Medem
(en relación a un personaje de su film “Lucía y el Sexo”)

15 julio, 2006

Preguntas


Field of dreams - Steve Walker


Usted es tan joven, esta tan lejos de toda iniciación, que quisiera pedirle, lo mejor que sé, querido señor, que tenga paciencia con lo que no está aún resuelto en su corazón y que intente amar las preguntas por sí mismas, como habitaciones cerradas o libros escritos en una lengua muy extraña. No busque ahora las respuestas: no le pueden ser dadas, porque no podría vivirlas. Y se trata de vivirlo todo. Viva ahora las preguntas. Quizá después, poco a poco, un día lejano, sin advertirlo, se adentrará en la respuesta. Quizá lleve usted en sí mismo la posibilidad de formar y crear como una manera de vivir especialmente feliz y auténtica. Prepárese para ella, pero acepte todo lo que venga con absoluta confianza. Y siempre que algo surja de su propia voluntad, de alguna honda necesidad, acéptelo como tal y no lo odie.

Rainer Maria Rilke
Cartas a Un Joven Poeta

14 julio, 2006

Noche


Ilustración de Jim Robb

Noche le dicen los hombres,
Tiempo de Neblina, los dioses,
Hora Embozada, los poderes,
Tiempo Sin Dolor, los gigantes,
Alegría de Dormir, la llaman los Elfos.
Y los enanos, Tejedora de Sueños.

Alvinnsmál

12 julio, 2006

El Camino


Puente - Cristina Yoder


Hay una cosa que lo contiene todo, que nació antes de la
existencia del Cielo y la Tierra. ¡Qué silencio! ¡Qué soledad!
Es único y no cambia. Gira sin peligro para sí mismo y es la
madre del Universo. No conozco su nombre y por lo tanto
lo llamo el Camino.


Lao Tse

10 julio, 2006

Webeando (1)


Qian li zou dan qi , Zhang Yimou (2005) Trailer del film


Hasta hoy


Muy bien. He aquí lo que he visto hasta hoy: Cuerpos convertidos en bastiones de "lo-mío-que-jamás-será-lo-tuyo-ni-lo-nuestro".
Miedo incontrolable. Miedo ciego... a abrir la puerta y dejarnos ver, unos a otros, que estamos desnudos.
Procesiones incontables corriendo atrás del amor ideal, un fantasma que siempre se disuelve, siempre, al dar la vuelta a la esquina.
Inventos infructuosos, de cualquier tenor y alcance, para convencernos de que la felicidad pueda ser alguna otra cosa que entregarse a los demás.
Reglas, dictámenes, teorías y credos inútiles (porque no le dan cabida al alma, bendita en su repulsión a los encierros; porque son el Olimpo de los necios que creen llegar a alguna parte enviando al amor al destierro por ser indefinible).
Multitudes de hipócritas apedreando a los que muestran sus manos vacías.
Pesimistas sin ningún motivo.
Optimistas sin ningún motivo.
Lo-que-sea-istas subidos al carro de turno.
La desconfianza. Alimentada de saber que el otro esconde en sí los mismos monstruos.
El odio. Nacido de no reconocer los monstruos en nosotros mismos.
La máquina de forjar hombres a imagen y semejanza de un dios perverso, vengativo e ignorante.
Separación, separación por todas partes: esto no es aquello, no es lo otro, ni lo de más allá (y el doloroso precio de la soledad).
Los muertos echando tierra estéril sobre la divina semilla de la infancia en las escuelas.
La mirada impotente y mezquina de los padres que se proclaman dueños de los Hijos de la Vida, (¡la Vida!, ¡que jamás espera nada de nadie!).
Los que quieren que todo quede como está, saqueando con gritos, balas de vergüenza, los dones de la juventud.
¡Un océano tan vasto como el dolor cuando todo podría ser tan distinto!

He visto también, los que no ceden: buscando a tientas; aferrándose (o soltándose) al centro de las mareas cambiantes, dejando un tenue rastro del perfume inconfundible en los vientos furiosos. Librando cada día la batalla más difícil, la única noble, la de adentro. Borrando con su propia sangre los dictados negros (propios y ajenos). Equivocándose. Equivocándose y volviendo a empezar. Dudando de su fuerza, pero ofreciendo el pecho, sabiendo que está todo por hacer, y que tendría que ser hecho cada vez por cada uno. Templando su coraje en la negrura más espesa de la noche.

Fuente: Rama

09 julio, 2006

Esta Ternura




Esta ternura y estas manos libres,
¿a quién darlas bajo el viento? Tanto arroz
para la zorra, y en medio del llamado
la ansiedad de esa puerta abierta para nadie.
Hicimos pan tan blanco
para bocas ya muertas que aceptaban
solamente una luna de colmillo, el té
frío de la vela al alba.
Tocamos instrumentos para la ciega cólera
de sombras y sombreros olvidados. Nos quedamos
con los presentes ordenados en una mesa inútil,
y fue preciso beber la sidra caliente
en la vergüenza de la medianoche.
Entonces, ¿nadie quiere esto,
nadie?

Julio Cortázar

06 julio, 2006

Tang



Mientras bebo, solo, a la luz de la luna
Un vaso de vino entre las flores:
bebo solo, sin amigo que me acompañe.
Levanto el vaso e invito a la luna:
con ella y con mi sombra seremos tres.
Pero la luna no acostumbra beber vino,
y mi perezosa sombra sólo sabe seguirme.
Festejemos, con mi amiga luna y mi sombra esclava,
mientras aún es primavera.
En las canciones que entono vibran rayos lunares;
en la danza que ensayo mi sombra se aferra y deshace.
Los tres juntos, antes de beber, holgábamos;
ahora, ebrios, cada cual va por su lado.
¡Regocijémonos muchas horas todavía,
en nuestro extraño festín inanimado,
para encontrarnos al fin en el Río de las Nubes!


Li Po

03 julio, 2006

Lugares



Los aficionados al horror suelen buscar los sitios llenos de misterio pero lejanos, como las catacumbas de Ptolomeo o los magníficos mausoleos de tantas partes. Preferentemente a la luz de la luna, se entregan a trepar a las ruinosas torres de los castillos del Rhin o a transitar tambaleantes entre las lóbregas escaleras repletas de telarañas que aún subsisten entre los restos de algunas ciudades asiáticas. Sus templos son los bosques encantados o las montañas inaccesibles y sus reliquias están dadas por los horribles monolitos que se levantan en islas despobladas. Sin embargo, para el verdadero sensual del horror, aquél que ante un estremecimiento nuevo puede llegar a sentir justificada toda una existencia, las viejas y solitarias granjas de Nueva Inglaterra son particularmente atractivas, puesto que es allí donde se produce la combinación precisa de elementos tales como la fantasía, la soledad, lo ignorado y la presencia de fuerzas sombrías que en conjunto pueden producir altas cumbres de lo tenebroso.
Los paisajes más interesantes, en este sentido, son necesariamente aquellos que se encuentran a gran distancia de los caminos más transitados, donde se levantan pequeñas casas sin pintar, casi siempre recubiertas de hiedra y ocultas bajo alguna ladera agreste o algún peñasco gigantesco. Han estado allí a veces por más de doscientos años viendo sucesivas generaciones de árboles inmensos o de viboreantes enredaderas. Actualmente ha triunfado la vegetación, que casi las ha devorado amortajándolas con su verdosa sombra; sin embargo, sobreviven pequeñas ventanas, por lo general de guillotina, como si fueran ojos que parpadean agobiados por la imposibilidad de expresar todo lo que saben. En esas casas han vivido decenas de gentes de las más diversas layas y de las más variadas procedencias. Fanatizados en oscuras creencias que los obligaron a apartarse de sus congéneres, ellos y sus descendientes buscaron en esos páramos cierta libertad para entregarse a sus raras actividades. Los hijos encontraron ciertamente las facilidades que buscaban y se desarrollaron al margen de cualquiera de las compunciones que les habría impuesto la sociedad, pero en cambio debieron soportar un lamentable servilismo impuesto por el siniestro culto que se había posesionado de su imaginación. Marginados completamente de los avances de la civilización, toda la tecnología de estos curiosos puritanos provenía de desarrollos autóctonos. El aislamiento, su patológica autorrepresión y la implacable lucha contra un medio inhóspito, dibujaron rasgos sombríos sobre los ya de por sí oscuros trazos de su ancestral ascendencia septentrional. Esencialmente prácticos y necesariamente austeros, éstos no eran hombres que se solazaran en el pecado. Expuestos al error, como cualquier mortal, su peculiar código moral los obligaba a encubrirlo y así llegó el momento en que fueron completamente incapaces de identificar lo que encubrían. Sólo las deshabitadas casas, insomnes y majestuosas, en apartadas y frondosas regiones, albergan lo que desde tiempos inmemoriales permanece oculto. Pero habitualmente se muestran poco dispuestas a sacudir su letargo y tornarse comunicativas. Ciertas veces, al contemplarlas, uno siente que lo que mejor podría hacerse con ellas es demolerlas de una buena vez.



H. P. Lovecraft
El Grabado en la Casa