26 abril, 2015

Lluvia


 Eduard Gordeev

La lluvia continuaba. Era una lluvia dura, una lluvia constante, una lluvia minuciosa y opresiva. Era un chisporroteo, una catarata, un latigazo en los ojos, una resaca en los tobillos. Era una lluvia que ahogaba todas las lluvias, y hasta el recuerdo de las otras lluvias. Caía a golpes, en toneladas; entraba como hachazos en la selva y seccionaba los árboles y cortaba las hierbas y horadaba los suelos y deshacía las zarzas. Encogía las manos de los hombres hasta convertirlas en arrugadas manos de mono. Era una lluvia sólida y vidriosa, y no dejaba de caer.

Ray Bradbury
La Lluvia
en El hombre ilustrado

18 abril, 2015

Fosforescente al salir del mar

Foto incluida en My Buddy: World War II Laid Bare, de Dian Hanson

«... Era temprano. El mar corría y bajaba en olas. Se desprendía de su espuma y se iba, limpio, con su agua verde, en ondas calladas.
»-En el mar sólo me sé bañar desnuda -le dije. Y él me siguió el primer día, desnudo también, fosforescente al salir del mar. No había gaviotas; sólo esos pájaros que les dicen «picos feos», que gruñen como si roncaran y que después de que sale el sol desaparecen.
Él me siguió el primer día y se sintió solo, a pesar de estar yo allí.
»-Es como si fueras un «pico feo», uno más entre todos -me dijo-. Me gustas más en las noches, cuando estamos los dos en la misma almohada, bajo las sábanas, en la oscuridad.
»Y se fue.
»Volví yo. Volvería siempre. El mar moja mis tobillos y se va; moja mis rodillas, mis muslos: rodea mi cintura con su brazo suave, da vuelta sobre mis senos; se abraza de mi cuello; aprieta mis hombros. Entonces me hundo en él, entera. Me entrego a él en su fuerte batir, en su suave poseer, sin dejar pedazo.
»-Me gusta bañarme en el mar -le dije.
»Pero él no lo comprende.
»Y al otro día estaba otra vez en el mar, purificándome. Entregándome a sus olas.»


Juan Rulfo
Pedro Páramo

12 abril, 2015

Sin misericordia

Ivan Konstantinovich Aivazovsky - Barcos de la Costa del Cáucaso (1889)


Sin embargo, no sólo el mar es enemigo del hombre, que es ajeno a él, sino que es también enemigo de su propia progenie; como el anfitrión persa que asesinó a sus propios invitados sin perdonar la vida a las criaturas que él mismo había engendrado. Al igual que la salvaje tigresa que, agitándose en la selva, aplasta a sus cachorros, del mismo modo el mar pulveriza incluso a la más poderosa de las ballenas contra las rocas, y la deja allí, al lado de los divididos restos de los naufragios. Ninguna misericordia lo gobierna, sólo su propio poder. Jadeando y resoplando como un loco corcel de batalla que ha perdido a su jinete, el océano sin dueño se desborda sobre el globo. 

Herman Melville

Moby Dick

02 abril, 2015

Estado de gracia

Yann Faucher - In the Mood

El estado de gracia del que hablo no se usa para nada. Es como si viniera tan sólo para que se sepa que realmente se existe. En ese estado, además de la tranquila felicidad que irradia de personas y cosas, hay una lucidez que sólo puedo llamar leve porque en la gracia todo es tan, tan leve. Es la lucidez de quien no adivina más: sin esfuerzo, sabe. Sólo eso; sabe. No pregunten qué, porque sólo puedo responder del mismo modo infantil: sin esfuerzo, se sabe.
Y hay una bienaventuranza física que a nada se compara. El cuerpo se transforma en un don. Y se siente que es un don porque se está experimentando, en una fuente directa, la dádiva indudable de existir materialmente.


Clarice Lispector

Revelación de un mundo