Mark Ruffalo y Sarah Polley en Mi Vida Sin Mí (2003)
Por último ella se vuelve hacia él. Este lado de la forma humana exhala un calor comunicativo. Mientras se besan, Henry se imagina los ojos verdes que buscan los suyos. Este ciclo común de dormirse y despertar, en la oscuridad, bajo unas mantas privadas, con otro ser vivo, un mamífero pálido, suave y tierno, de juntar las caras en un rito de afecto, fugazmente asentado en las eternas necesidades de calor, confort, seguridad, de cruzar los miembros para estar más cerca: es un sencillo consuelo cotidiano, casi tan obvio que es fácil olvidarlo a la luz del día.
Ian McEwan
Sábado
1 comentario:
Esta película se lleva, sin ninguna duda, el record de hacerme llorar. No creo haber derramado tanta lágrima con ninguna otra...
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