Copia firmada de El Pensador de Rodin en
la Plaza de los Dos Congresos (Buenos Aires)
la Plaza de los Dos Congresos (Buenos Aires)
foto: Fabián Minetti
Pasé cinco días más en Buenos Aires tratando de acostumbrarme a estar sin Emily. La soledad es más desesperante en las ciudades, donde hay muchas personas pero donde las convenciones sociales no permiten hablar con nadie. Deambulé por las calles y las plazas mirando los escaparates, me detenía a beber café o cerveza y me reía de mis propios pensamientos, de tonterías, o de recuerdos del pasado. A veces sentía una terrible opresión y, al caer la tarde, paseaba por la oscuridad de neón y luego me encerraba en mi habitación, me tendía en la cama sin libros ni solaz y me preguntaba por qué estaba haciendo aquello.
Más adelante aprendí a encontrar la libertad en mi soledad. En las zonas rurales, donde había pocas personas para juzgarme, sentía que podía hacer lo que me viniera en gana sin tener que pensar en nadie ni consultar a nadie. Pensaba lo que quería, me reía de lo que encontraba divertido y cantaba mientras cabalgaba. Me reinventé a mí mismo y seguí mi fantasma hasta que se desvaneció a lo largo del viaje.
Aquellos días en Buenos Aires eran el principio de una nueva etapa de mi vida que estaba aprendiendo a recrear.
Más adelante aprendí a encontrar la libertad en mi soledad. En las zonas rurales, donde había pocas personas para juzgarme, sentía que podía hacer lo que me viniera en gana sin tener que pensar en nadie ni consultar a nadie. Pensaba lo que quería, me reía de lo que encontraba divertido y cantaba mientras cabalgaba. Me reinventé a mí mismo y seguí mi fantasma hasta que se desvaneció a lo largo del viaje.
Aquellos días en Buenos Aires eran el principio de una nueva etapa de mi vida que estaba aprendiendo a recrear.
Toby Green
Tras las huellas de Darwin