Ricaro Piglia - por Juan C. Quiles
Rubén H. Ríos –¿Y qué leías antes de descubrir la novela de Camus?
Ricardo Piglia –Empecé leyendo historietas. No muchas, pero leía Misterix o Rayo rojo, que eran revistas que circulaban bastante en aquel entonces. Después empecé a leer, a los 13 o 14, las novelas que se leían en esa época: Salgari, Verne. Después hago ese salto, a los 15, 16, hacia la literatura.
Rubén H. Ríos –¿En esa época comenzaste a leer novela policial negra?
Ricardo Piglia –No, mucho después, en Mar del Plata. Bueno, es una historia que he contado muchas veces. Mi padre, que era peronista, cae preso y decide que nos mudamos de la zona, donde había nacido mi madre y estaba instalada toda su familia. El día del golpe del 55 tuvo un efecto terrible para nosotros. Era como un velorio, porque iba a casa gente que conocía a mi padre. Y nos fuimos a Mar del Plata, y fue para mí un extraño destierro. Pero en Mar del Plata me encontré con el ambiente de la gente del Cine Club, que estaba muy ligada con el Festival de Cine de la ciudad. Yo tenía 17, 18 años. Dos años viví ahí. Me acuerdo que había una mesa en Ambos Mundos, un restaurante y bar tradicional. Y nos quedábamos ahí, porque estaba abierto toda la noche: esperaban a los tipos que salían del casino e iban a comer puchero. Era un lugar ideal para esa especie de bohemia de escritores frustrados, periodistas trasnochadores y estudiantes curiosos. En ese entonces ya estaba escribiendo un diario, que fue como una respuesta a lo que vivía como un destierro. Dejaba el lugar de mi infancia y viví ese viaje –no sé, eran sólo 400 kilómetros– como un exilio. Me acuerdo que en el medio de la mudanza, cuando estaba la casa ya levantada, entre los muebles, me puse a escribir.
Rubén H. Ríos –Borges decía que un escritor es antes un lector. ¿Cómo fue en tu caso?
Ricardo Piglia –Sí, desde luego, uno escribe porque antes leyó. Tengo una especie de imagen, que no sé si es un primer recuerdo como lector. Yo veía siempre leer a mi abuelo paterno y me despertaba fascinación. Lo veía encapsulado con un libro y no sabía qué pasaba ahí. Supongo que eso me empezó a funcionar, y un día puse una silla, subí a la biblioteca y agarré un libro azul. Por entonces vivíamos en Adrogué, en una calle tranquila, pero que estaba cerca de la estación y cada media hora pasaba la gente que venía de Constitución. Y me puse en el umbral con el libro azul para que me vieran leer. No sabía leer: tenía 4 años. Y de pronto, una sombra: era un tipo que se acercó a decirme que el libro estaba al revés. Más tarde pensé que era un jodido el tipo ese, pero no sé, también se me ocurrió que por ahí era Borges (se ríe)
Rubén H. Ríos –¿Qué leías por entonces?
Ricardo Piglia –Muchísima literatura norteamericana. En esa época yo estaba aprendiendo inglés y leía traducciones, y también intentaba descifrar los textos en el idioma original. Y creo que entré en ella por Pavese, porque Pavese era muy experto en literatura norteamericana. Y llegué a Pavese por el diario que él llevaba, El oficio de vivir, porque como yo seguía escribiendo el diario me interesaba leer diarios. Pero lo leí todo a Pavese porque, en general, es lo que hago con los escritores: leo toda la obra. Y algunas observaciones de Pavese me marcaron mucho, en especial respecto de la importancia del tono. Por ejemplo, cómo el tono frío de Cain en El cartero llama dos veces había influido en El extranjero, de Camus. Una observación inteligentísima. También los cuentos de Hemingway me impactaron mucho, quiero decir, esa calidad que él tenía para contar de una manera muy limpia la historia. Creo que eso nos permitía a nosotros resistir un poco esa tendencia latinoamericana, que no llamaría barroca, porque es un elogio, sino esa retórica cargada.
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Fragmento del reportaje a Ricardo Piglia en revista Acción
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