08 marzo, 2013

Estar condenados

 Ernest Hemingway y su esposa Hadley (1922)

La gente que interfería en tu vida siempre lo hacía por tu bien, y finalmente me di cuenta de que lo que querían era que te sometieras por completo, que no te diferenciaras del modelo superficial comúnmente aceptado y que después te difuminaras como lo haría un viajante en una convención, del modo más aburrido y estúpido que se pueda imaginar. Nada sabían de nuestros placeres, ni de lo mucho que nos divertía estar condenados, no lo sabrían ni podrían saberlo jamás. Nuestros placeres, que eran los de estar enamorados, eran tan sencillos y a la vez tan misteriosos y complicados como una simple fórmula matemática que puede representar toda la felicidad o bien el fin del mundo.
Esa clase de felicidad no se debería manipular, aunque casi todas las personas a las que conocía intentaban ajustarla. Cuando volvimos de Canadá, lo hice decidido a no volver a trabajar para un periódico aunque me muriera de hambre y tuviéramos que vivir como salvajes, según nuestras propias normas tribales, con nuestras costumbres, principios, secretos, tabúes y placeres.


Ernest Hemingway
París era una fiesta

3 comentarios:

Bloggirl dijo...

creo que por eso cada vez soy mas cuidadosa de meterme o juzgar.. pero como cuesta.

Marxe dijo...

Claro que cuesta. Quizás porque es más fácil ver lo que nos gusta del otro, o quizás porque proyectamos.

Marxe dijo...

Quise deicr: lo que NO nos gusta del otro...