William Gedney - Crowd at O’Rourke’s Bar in Brooklyn, New York (1960)
Él mismo cargaría en sus brazos los despojos mortales de la Solveig ideal; y, a falta de tierra en que sepultarla, inventaría para ella una lujosa inhumación de literatura. Y lo haría esa noche, allá, en el cuarto de sus tormentos y en una soledad tajeada de sollozos. El Cuaderno de Tapas Azules tendría segunda parte: un funeral maldito y una liturgia de fantasmas que lloran desde los ojos a los pies.
En este punto Adán observó, como tantas otras veces, que las dos señales exteriores de su exaltación amenazaban con delatarlo: una inspiración profunda que le hacía doler el pecho y un afluir de lágrimas a sus ojos. En el temor de verse descubierto, recorrió la tertulia con una rápida mirada: junto al ventanal el trío de señoras departía otra vez animadamente; en lo alto de su escalera mister Chisholm trataba de fijar al muro una rebelde tira de papel; Marta Ruiz y el ingeniero tenían ahora la palabra en el diván celeste; por otra parte, la discusión arreciaba de nuevo en el sector metafísico a que pertenecía, y Samuel Tesler llevaba, como de costumbre, la voz cantante. Adán se tranquilizó: era visible que nadie reparaba en él. Pero sintió al mismo tiempo la necesidad urgente de unir su voz a tantas voces, de compartir aquel mundo sonoro, de fundirse todo él con la tertulia, siquiera para olvidarse de sí mismo y hacer a un lado los nuevos clamores de su alma. ¡Una tregua! Entonces, con más desesperación que sed, apuró su whisky de un solo trago. Y al volverse para dejar el vaso en el suelo, vio junto a sí la figura enigmática de Ramona que le tendía otro vaso lleno hasta los bordes, Hebe antigua, Hebe callada, Hebe piadosa en su piadoso ministerio.
Leopoldo Marechal
Adán Buenosayres