07 julio, 2016

En nombre de la nación




Hubo juramentos festivos, declaraciones audaces que proclamaban que con los contactos oficiales pertinentes, y con la ayuda de amigos alemanes del alto mando militar, aquellos numerosos comensales tomarían parte en la pomposa ceremonia de entrada de las tropas alemanas y del Eje en Moscú, que sus amigos les harían un hueco en la tribuna de honor... Eso decían alto y claro. Fue como si de pronto la sociedad hubiera perdido el juicio: tal era la impresión que daba aquel horrible espectáculo de gente aullando en la penumbra de la guerra. Mi amigo y yo permanecimos en silencio y acongojados en medio de la ruidosa compañía, escuchando ese odio desquiciado, sin duda alimentado de forma subconsciente por el miedo y la ansiedad. Los alemanes ya habían deslumbrado al mundo con sus «campañas relámpago» en los frentes polaco, yugoslavo y occidental. La clase húngara de los funcionarios y oficiales del ejército, es decir, la sociedad tildada comúnmente de «burguesa», confiaba a ciegas en la victoria de las armas alemanas. Yo observaba y escuchaba angustiado a los miembros de mi clase social. Pensé que algún día quizá tuviera que subir con ellos al cadalso, pues no podría romper la ley de la solidaridad de clase por mucho que quisiera, y la compañía con la que debía compartir mi destino me suponía un castigo más grave que el cadalso en sí. No mitigaba mi congoja el hecho de saber que aquellas gentes que la noche de la declaración de guerra descorchaban botellas de champán en un restaurante de Buda para celebrar la victoria no representaban a la nación: detrás de ellos, en una penumbra siniestra, vivía la nación, las masas conscientes del campesinado, de la clase obrera y de la burguesía, que aquella noche no tomaban champán sino que esperaban el desenlace fatal sumidos en un silencio grave, en plena y aterrada toma de conciencia. Aun así, de alguna forma, lo que cuenta siempre es la minoría que habla, juzga, toma champán y actúa en nombre de la nación; ellos no son la nación y yo no estaba dispuesto a identificar a ese grupo «señorial» de funcionarios embriagados congregados en un restaurante de Buda con los obreros socialdemócratas, con el campesinado húngaro, obstinado defensor de la tierra, la familia y la sociedad, ni con la burguesía culta y consciente de Hungría, la Alta Hungría y Transilvania. Pero fueron ellos, los funcionarios ebrios de champán, quienes hablaron ante el mundo en nombre de la nación. Y esa misma mañana Bárdossy había hablado ante la Cámara de Diputados en nombre de la nación húngara.

Sándor Márai
Lo que no quise decir

2 comentarios:

Bloggirl dijo...

Pero fueron ellos, los funcionarios ebrios de champán, quienes hablaron ante el mundo en nombre de la nación...

Y pensar que esto hoy se ve con ejemplos claros en tantas partes del mundo. El texto en si es todo un llamado a la reflexión, para los que están en la mesa principalmente.

Marxe dijo...

El ser humano parece necesitar repetir una y otra vez las cosas antes de poder dar un paso adelante. Un gran misterio.