Para Hacer Un Talismán
Se necesita sólo tu corazón
hecho a la viva imagen de tu demonio
o de tu dios.
Un corazón apenas, como un crisol
de brasas para la idolatría.
Nada más que un indefenso corazón
enamorado.
Déjalo a la intemperie,
donde la hierba aúlle sus endechas
de nodriza loca
y no pueda dormir,
donde el viento y la lluvia dejen caer
su látigo en un golpe de azul escalofrío
sin convertirlo en mármol y sin partirlo
en dos,
donde la oscuridad abra sus madrigueras
a todas las jaurías
y no logre olvidar.
Arrójalo después desde lo alto de su amor
al hervidero de la bruma.
Ponlo luego a secar en el sordo regazo
de la piedra,
y escarba, escarba en él con una aguja fría
hasta arrancar el último grano
de esperanza.
Deja que lo sofoquen las fiebres
y la ortiga,
que lo sacuda el trote ritual
de la alimaña,
que lo envuelva la injuria hecha
con los jirones de sus antiguas glorias.
Y cuando un día un año lo aprisione
con la garra de un siglo,
antes que sea tarde, antes que se convierta
en momia deslumbrante,
abre de par en par y una por una todas
sus heridas: que las exhiba al sol
de la piedad,
lo mismo que el mendigo, que plaña su
delirio en el desierto,
hasta que sólo el eco de un nombre
crezca en él con la furia del hambre;
un incesante golpe de cuchara contra
el plato vacío.
Si sobrevive aún,
si ha llegado hasta aquí hecho a la viva
imagen de tu demonio o de tu dios,
he ahí un talismán más inflexible
que la ley,
más fuerte que las armas y el mal
del enemigo.
Guárdalo en la vigilia de tu pecho
igual que a un centinela.
Pero vela con él.
Puede crecer en ti como la mordedura
de la lepra,
puede ser tu verdugo.
¡El inocente monstruo, el insaciable
comensal de tu muerte!
hecho a la viva imagen de tu demonio
o de tu dios.
Un corazón apenas, como un crisol
de brasas para la idolatría.
Nada más que un indefenso corazón
enamorado.
Déjalo a la intemperie,
donde la hierba aúlle sus endechas
de nodriza loca
y no pueda dormir,
donde el viento y la lluvia dejen caer
su látigo en un golpe de azul escalofrío
sin convertirlo en mármol y sin partirlo
en dos,
donde la oscuridad abra sus madrigueras
a todas las jaurías
y no logre olvidar.
Arrójalo después desde lo alto de su amor
al hervidero de la bruma.
Ponlo luego a secar en el sordo regazo
de la piedra,
y escarba, escarba en él con una aguja fría
hasta arrancar el último grano
de esperanza.
Deja que lo sofoquen las fiebres
y la ortiga,
que lo sacuda el trote ritual
de la alimaña,
que lo envuelva la injuria hecha
con los jirones de sus antiguas glorias.
Y cuando un día un año lo aprisione
con la garra de un siglo,
antes que sea tarde, antes que se convierta
en momia deslumbrante,
abre de par en par y una por una todas
sus heridas: que las exhiba al sol
de la piedad,
lo mismo que el mendigo, que plaña su
delirio en el desierto,
hasta que sólo el eco de un nombre
crezca en él con la furia del hambre;
un incesante golpe de cuchara contra
el plato vacío.
Si sobrevive aún,
si ha llegado hasta aquí hecho a la viva
imagen de tu demonio o de tu dios,
he ahí un talismán más inflexible
que la ley,
más fuerte que las armas y el mal
del enemigo.
Guárdalo en la vigilia de tu pecho
igual que a un centinela.
Pero vela con él.
Puede crecer en ti como la mordedura
de la lepra,
puede ser tu verdugo.
¡El inocente monstruo, el insaciable
comensal de tu muerte!
Olga Orozco
de "Los Juegos Peligrosos", 1962
2 comentarios:
Y aún así pareciera sobrevivir a todos los males...
es que es un buen talismán y una buena hechizera.
Publicar un comentario