05 julio, 2007

Amigos (8)

Cesare Pavese con un grupo de amigos.


Escuchar esas conversaciones, ser amigo de Nuto, conocerlo así, me hacía el efecto de tomar vino y oír música. Me avergonzaba ser solamente un chico, un sirviente, no saber conversar como él, y me parecía que por mí mismo nunca lograría hacer nada. Pero él me daba confianza, me decía que quería enseñarme a tocar la trompeta, llevarme a las fiestas de Canelli, hacer que acertara diez tiros en el blanco. Me decía que el ignorante no se distingue por el trabajo que hace sino por cómo lo hace, y que algunas mañanas al levantarse también él sentía deseos de sentarse en el taller y fabricar una hermosa mesa. -¿De qué tienes miedo? -me decía-, las cosas se aprenden haciéndolas. Basta con tener ganas... Corrígeme si me equivoco.
En los años siguientes, aprendí muchas otras cosas de Nuto, o quizás tan sólo era que estaba creciendo y empezaba a entender por mí mismo. Pero fue él quien me explicó por qué Nicoletto era tan basura. -Es un ignorante -me dijo-, cree que porque vive en Alba y lleva zapatos todos los días y nadie lo obliga a trabajar vale más que un campesino como nosotros. Y en su casa lo mandan a la escuela. Sabes que los suyos lo mantienen trabajando sus tierras. Él ni siquiera se da cuenta -. Fue Nuto quien me dijo que con el tren se va a todas partes, y que cuando terminan las vías comienzan los puertos, que los barcos tienen itinerarios, todo el mundo es una red de rutas y de puertos, un itinerario de gente que viaja, que hace y que deshace, y en todas partes hay gente capaz y gente necia. Me dijo también los nombres de muchos países y que bastaba con leer el diario para encontrar nombres de todos los orígenes. Así, algunos días en que estaba en la propiedad, en los viñedos sobre el camino cavando al sol, y oía llegar el tren entre los durazneros y llenar con su ruido todo el valle yendo o viniendo de Canelli, en esos momentos me quedaba sobre la azada, miraba el humo, los vagones, miraba hacia Gaminella, el palacete del Nido, hacia Canelli y Calamandrana, hacia Calosso, y me parecía que había tomado vino, que era otro, que era como Nuto, que llegaría a valer lo mismo que él, y que un buen día yo también tomaría ese tren para irme quién sabe adónde.


Cesare Pavese
La luna y las fogatas

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