27 octubre, 2007

Una isla sin un clavel

Ivan Shishkin - Lluvia en el robledal (1891)


Oda a una larga tristeza

Quisiera cantar una larga tristeza que no olvido, una dura
lengua. ¡Cuantas veces!

En mi país el otoño nace de una flor seca,
de algunos pájaros; a veces creo que de mi nuca abandonada
o del vaho penetrante de ciertos ríos de la llanura,
cansados del sol, de la gente que a sus orillas
goza una vida sin majestad.

Cuando se llega para vivir con unos sacos de carbón y se siente que la piel
se enseñorea de hastío,
de repugnante soledad; que el ser es una isla sin un clavel,
se desea el otoño, el viento que come las hojas
como a las almas; el viento
que inclina sin pesadez las embriagadas hierbas,
para envolverlas en el consuelo de la muerte.

No; no quisiera volver jamás a la tierra;
me duele toda la carne, y donde ha habido un beso me arde el aire.
En el verano florido he visto un caballo azulado y un toro transparente
beber en el pecho de los ríos, inocentes, su sangre;
los árboles de las venas, llenos, perdidos en los laberintos tibios del cuerpo,
en la ansiosa carne oprimida. En el verano.
Mis días bajaban por la sombra de mi cara
y me cubrían el vientre, la piel pura, rumorosa,
envueltos en la claridad, más dulce.
Como un demente, ensordecido, inagotable,
quebraba la rosa el junco, el agitado seno deslumbrante.
Sin velos, en el vacío descansa indiferente un día sin pensamiento,
sin hombre, con un anochecer que llega con una espada.

Un sucio resplandor me quema las flores del cielo,
las grandes llanuras majestuosas.
Quisiera cantar esta larga tristeza desterrada,
pero, ay, siento llegar el mar hasta mi boca.
Ricardo Molinari

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