16 abril, 2011
Leer
Si no fuera historia verdadera, verdadera historia, se podría pensar: no es más que la belleza de una metáfora exacta. En el sentido de que tal vez, siempre, y para todos, leer no es otra cosa que mirar fijamente un punto para no ser seducidos, y destruidos, por el incontrolable deslizarse del mundo. No se leería, nada, si no fuera por miedo. O para aplazar la tentación de un incontrolable deseo al que, se sabe, no sabremos resistirnos. Se lee para no levantar la mirada hacia la ventanilla, ésa es la verdad. Un libro abierto siempre es el certificado de la presencia de un infame —los ojos clavados en aquellas líneas para no dejarse robar la mirada por el ardor del mundo —las palabras que una a una comprimen el fragor del mundo en un embudo opaco hasta hacerlo gotear en pequeñas formas de cristal que se llaman libros —la forma más refinada de batirse en retirada, ésa es la verdad. Una porquería. Pero: dulcísima.
Alessandro Baricco
Tierras de cristal
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