13 febrero, 2014

Entre ustedes


Robert Frank - Hoboken, New Jersey, 1955

-Aquí entre ustedes no es nada -me dijo. Me contó de Alemania y de las cárceles de España. Mientras hablaba me entraban sudores. –Tenemos en contra a todo el mundo –me decía-. No te hagas ilusiones. Eso es lo que acá no quieren entender. Defienden el plato y el bolsillo, los burgueses. Están dispuestos a eliminar a media tierra, a degollar niños, con tal de no perder la manduca y el látigo. Llegarán también en Italia, puedes estar seguro. Hablarán a lo mejor de Dios o de la madre.

Cesare Pavese
El camarada

08 febrero, 2014

Braceros



Y sólo Dios sabe lo que pienso, pero mis pensamientos cambian de golpe ante la nueva visión, Coyote, y el principio de las hermosas plantaciones frutales, los huertos de ciruelo, los campos de frutillas y los otros campos, los vastos campos sobre los que se inclinan, envueltas en niebla, las figuras sumisas de los braceros mexicanos que extraen con su trabajo de la tierra aquello que América, con sus salarios de hierro, no considera ya una actividad realizable, pero que consume, come y sigue comiendo. Los brazos de acero de México harán la tarea por nosotros; los hombres del tren de carga ni siquiera sospechan el ánimo de ellos, su sudor, la suavidad con la que trabajan la tierra.

Jack Kerouac
Viajero solitario

06 febrero, 2014

Nuestra propia sangre


 Horace Warner - Un niño con gorra (1901-1902)


El señor de Bragadin se expresaba con dignidad, con la seguridad de las personas mayores, cultas aun en sus sentimientos, que conocen bien el segundo sentido, el sentido interior de las palabras; que saben que no se puede huir de los recuerdos; que, al escribir, se dan cuenta con desesperación de que no pueden transmitir sus verdaderas experiencias a nadie; que son conscientes de que todos vivimos solos, cometemos nuestros errores solos y morimos solos, y de que los consejos de los demás no pueden ayudarnos, ni puede socorrernos la sabiduría ajena, la sabiduría que no hayamos adquirido nosotros mismos y que no hayamos conseguido con el precio de nuestra propia sangre.

Sandor Marai
La amante de Bolzano