Saro y Luca di Bartolo
Hippo Pool, Caprivi - Namibia
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Narciso se sonreía suavemente.
-¿El objetivo? Acaso muera siendo padre regente, o abad, u obispo. Tanto da. El objetivo consiste en situarme allí donde pueda servir mejor, donde mi modo de ser, mis cualidades y dotes puedan encontrar terreno más propicio, el mejor campo de acción. No hay ningún otro objetivo.
Goldmundo: -¿Ningún otro objetivo para un monje?
Narciso: -¡Ah sí! La vida de un monje puede tener muchos objetivos: aprender hebreo, comentar a Aristóteles o embellecer la iglesia del convento o recluirse y meditar o hacer muchas otras cosas. Esos no son objetivos para mí. Yo no quiero acrecentar la riqueza del convento ni reformar la orden o la Iglesia. Lo único que
quiero es servir, dentro de mis posibilidades, al espíritu tal como yo lo entiendo. ¿No es eso un objetivo?
Goldmundo meditó largamente la respuesta.
-Tienes razón -dijo-. ¿Te he estorbado mucho en el camino hacia tu objetivo?
-¿Estorbado? ¡Ah, Goldmundo, nadie me ha estimulado tanto como tú! Me has causado dificultades, pero yo no soy enemigo de las dificultades. De ellas he aprendido y, en parte, las he vencido.
Goldmundo lo interrumpió y, medio en broma, le dijo:
-¡Las has vencido de manera admirable! Pero dime: al ayudarme y dirigirme y liberarme y sanar mi alma... ¿has servido realmente al espíritu? Con eso privaste seguramente al convento de un celoso y sumiso novicio, has formado un enemigo del espíritu que hará, y procurará justamente lo contrario de lo que estimas bueno.
-¿Por qué no? -declaró Narciso con profunda seriedad-. Sigues, amigo, conociéndome muy poco. Probablemente he aniquilado en ti a un futuro monje y, a cambio, te he abierto un camino hacia un destino nada común. Aunque el día de mañana incendiaras nuestro hermoso convento o predicaras por el mundo una insensata herejía, ni un instante me arrepentiría de haberte ayudado en tu camino.
Y, con cordial ademán, puso las manos sobre los hombros del amigo.-Escucha pequeño Goldmundo. De mi objetivo forma también parte lo siguiente: Aunque fuese yo maestro o abad, confesor o cualquier otra cosa, nunca quisiera verme en situación de no poder acercarme a un individuo de recia, valiosa y singular personalidad, y comprenderlo, y explorarlo, y alentarlo. Y yo te digo que ora lleguemos a ser esto o lo otro y debamos pasar por tales o cuales cosas, en el momento que me llames en serio y creas necesitar de mí, jamás me encontrarás inaccesible. Jamás.
-¿El objetivo? Acaso muera siendo padre regente, o abad, u obispo. Tanto da. El objetivo consiste en situarme allí donde pueda servir mejor, donde mi modo de ser, mis cualidades y dotes puedan encontrar terreno más propicio, el mejor campo de acción. No hay ningún otro objetivo.
Goldmundo: -¿Ningún otro objetivo para un monje?
Narciso: -¡Ah sí! La vida de un monje puede tener muchos objetivos: aprender hebreo, comentar a Aristóteles o embellecer la iglesia del convento o recluirse y meditar o hacer muchas otras cosas. Esos no son objetivos para mí. Yo no quiero acrecentar la riqueza del convento ni reformar la orden o la Iglesia. Lo único que
quiero es servir, dentro de mis posibilidades, al espíritu tal como yo lo entiendo. ¿No es eso un objetivo?
Goldmundo meditó largamente la respuesta.
-Tienes razón -dijo-. ¿Te he estorbado mucho en el camino hacia tu objetivo?
-¿Estorbado? ¡Ah, Goldmundo, nadie me ha estimulado tanto como tú! Me has causado dificultades, pero yo no soy enemigo de las dificultades. De ellas he aprendido y, en parte, las he vencido.
Goldmundo lo interrumpió y, medio en broma, le dijo:
-¡Las has vencido de manera admirable! Pero dime: al ayudarme y dirigirme y liberarme y sanar mi alma... ¿has servido realmente al espíritu? Con eso privaste seguramente al convento de un celoso y sumiso novicio, has formado un enemigo del espíritu que hará, y procurará justamente lo contrario de lo que estimas bueno.
-¿Por qué no? -declaró Narciso con profunda seriedad-. Sigues, amigo, conociéndome muy poco. Probablemente he aniquilado en ti a un futuro monje y, a cambio, te he abierto un camino hacia un destino nada común. Aunque el día de mañana incendiaras nuestro hermoso convento o predicaras por el mundo una insensata herejía, ni un instante me arrepentiría de haberte ayudado en tu camino.
Y, con cordial ademán, puso las manos sobre los hombros del amigo.-Escucha pequeño Goldmundo. De mi objetivo forma también parte lo siguiente: Aunque fuese yo maestro o abad, confesor o cualquier otra cosa, nunca quisiera verme en situación de no poder acercarme a un individuo de recia, valiosa y singular personalidad, y comprenderlo, y explorarlo, y alentarlo. Y yo te digo que ora lleguemos a ser esto o lo otro y debamos pasar por tales o cuales cosas, en el momento que me llames en serio y creas necesitar de mí, jamás me encontrarás inaccesible. Jamás.
Hermann Hesse
Narciso y Goldmundo
4 comentarios:
La amistad es un raro privilegio que requiere de paciencia. "Te sentarás un poco lejos, mirarás de reojo y no dirás nada. La palabra es fuente de malentendidos. Pero cada día podrás sentarte un poco más cerca." Algo así le dice el zorro al principito en mi pasaje favorito sobre la amistad eso que llama Exupery "crear lazos" y cultivar ritos.
Y la incondicionalidad más allá del tiempo y la distancia que expone Hesse.
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Saro
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Saro
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