12 agosto, 2006

Decíamos entonces... (2)

Buenos Aires - Ricardo Watson

Hay días en los cuales la ciudad donde vivo, y los transeúntes, el tráfico, los árboles, todo se despierta por la mañana con un aspecto extraño, usual y sin embargo irreconocible, como en esos instantes en que uno se mira al espejo y se pregunta: «¿Quién es ese tipo?» Para mí, son los únicos días amables del año.
Esas mañanas me escapo, si puedo, un poco antes de la oficina y bajo a las calles mezclándome con el gentío, y no me da corte mirar fijamente a cualquiera que pase, del mismo modo que, imagino, algún transeúnte me mira a mí, porque de verdad en esos momentos experimento una sensación de jactancia que me convierte en otro hombre.
Estoy convencido de que jamás recibiré de la vida nada valioso, salvo quizás la revelación de cómo podría conseguir provocar a voluntad esos instantes. Un modo de prolongarlos que a veces me ha salido es sentarme en algún café reciente, claro y acristalado, y desde allí captar el estruendo de la calle con sus idas y venidas, el relampagueo de los colores y las voces, y la calma interior que regula toda la agitación.
Yo he sufrido en unos cuantos años desilusiones y remordimientos agudísimos, y sin embargo, puedo afirmar que mi aspiración más cordial es sólo esta paz y esta serenidad. No estoy hecho para las tempestades y para la lucha: y aunque ciertas mañanas bajo muy vibrante a recorrer las calles, y mi paso semeja un desafío, repito que no pido a la vida nada sino que se deje mirar.
 
Cesare Pavese 
Suicidios

1 comentario:

estranxeru dijo...

Dios mío, la última frase es... impresionante... no pido nada a la vida sino que se deje mirar. Me quedo sin palabras.