George: Despertarse comienza con decir soy y ahora. Durante los últimos ocho meses despertarme ha sido doloroso. Lentamente tiene lugar la fría comprobación de que todavía sigo aquí. Nunca fui de los que saltan de la cama y saludan al día con una sonrisa como lo era Jim. A veces me daban ganas de golpearlo, por la mañana estaba tan contento. Solía decirle que sólo los tontos saludan al día con una sonrisa, que sólo un tonto podría eludir la simple verdad de que el ahora no es tan sólo el ahora: es un frío recordatorio. Un día después de ayer, un año después del año pasado, y tarde o temprano llegará. Solía reírse de mí y luego me daba un beso en la mejilla.
George: Me lleva tiempo en la mañana transformarme en George, tiempo para ajustarme a lo que se espera de George y cómo se habrá de comportar. Para el momento en que me terminé de vestir y poner la última capa de lustre en el ahora levemente rígido pero casi perfecto George sé por completo qué papel tengo que jugar.
Cuando me miro en el espejo no es un rostro el que me devuelve la mirada tanto como una expresión de dilema.
Sólo vive el maldito día.
Un poco melodramático, supongo.
George: Pero, por otro lado, mi corazón ha sido herido. Me siento como si me hundiera, me ahogara, no puedo respirar. Por primera vez en mi vida no puedo ver mi futuro. Todos los días pasan como en una neblina, pero he decidido que hoy será distinto.