15 julio, 2010

Sobre leyes y amores




Por mi parte, dioses celestiales, pido que mi vida sea así siempre, que pueda sentarme frente a mi amigo y escuchar de cerca su dulce voz, salir con él cuando él salga y compartir con él toda actividad. Y que un amante pueda pedir que su amado pueda recorrer el camino hasta la vejez sin penas, a través de una vida sin tropiezos ni desvíos y sin haber experimentado ninguna malvada maquinación de la fortuna. Y si, de acuerdo con las leyes que gobiernan la naturaleza humana, le roza una enfermedad, que yo enferme con él cuando él esté enfermo y que cuando zarpe a través de olas tormentosas, yo pueda navegar con él. Y si la violencia de un tirano ordena encadenarlo, yo pondré los mismos grilletes en torno a mi cuerpo. Todo el que lo odie será mi enemigo, y mostraré mi aprecio a cuantos estén en buenas relaciones con él. Y si veo a bandidos o enemigos que le atacan, me armaré yo también incluso por encima de mis posibilidades. Y si muere, no soportaré la vida. Daré las últimas instrucciones a los que más quiero después de él para que nos construyan una tumba común, a ambos, que mezclen los huesos con los huesos y que no separen nuestras calladas cenizas unas de otras.

Luciano

Amores, Obras III

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