"Muero como he vivido; ningún cacique me manda", expresan apropiadamente el sentimiento que predomina al respecto. […]
Es de esperar que la vida real en los toldos que se ha narrado aquí habrá habilitado al lector para formarse una idea del carácter de los tehuelches, más favorable que la que por lo general se sugiere, excepción hecha de los misioneros Hunzikcr y Schmid. No merecen seguramente los epítetos de salvajes feroces, salteadores del desierto, etc. Son hijos de la naturaleza, bondadosos, de buen carácter, impulsivos, que cobran grandes simpatías o antipatías, que llegan a ser amigos seguros o no menos seguros enemigos. Como es muy natural, recelan de los extranjeros, sobre todo de los de origen español, o, como los llaman ellos, de los cristianos. Y no hay que maravillarse de esto si se considera el trato, la crueldad traicionera y la explotación picara de que esos indígenas han sido objeto por parte de los conquistadores y de los colonos alternativamente. […]
En mis relaciones con ellos, los indios me trataron siempre con lealtad y consideración, y dispensaban el mayor cuidado a mis pocas pertenencias, aunque a veces me las pedían prestadas, como acostumbran hacerlo entre ellos; por ejemplo, un indio venía a menudo a pedirme que le dejara ver mis armas, y, después de examinarlas, me las devolvía cuidadosamente. En todo el curso de mi estancia entre ellos sólo perdí dos objetos: un pedernal con su eslabón que, tengo motivos para creerlo, me fue robado por uno de los chilenos, y un par de boleadoras de avestruz que me sustrajeron del toldo. […]
Cacique Casimiro
(Benito Panuzzi, 1864)
(Benito Panuzzi, 1864)
Por mi parte, yo me sentí siempre más seguro en medio de los tehuelches, mientras no hubo bebida ni luchas entre ellos, como más tarde en el Río Negro. Naturalmente, cuando se embriagan, sus pasiones se desencadenan; recuerdan viejas pendencias, y a veces pelean por mero gusto de pelear. Pero no es necesario ir hasta la Patagonia para observar eso. El rasgo más delicado quizá de su carácter es su amor a sus mujeres y a sus hijos; las reyertas conyugales son raras. y la costumbre de golpear a la esposa es desconocida entre dios, por otra parte, la intensa pena con que lloran la pérdida de una esposa no es ciertamente una práctica "civilizada", porque entre tilos el viudo destruye todo su haber y quema todas sus pertenencias.
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En cuanto a las criaturas, los indios las miman en todo sentido, les dejan que monten los mejores caballos y no los corrigen por ninguna travesura. Siempre me sorprendió que los muchachos no se hicieran tercos y voluntariosos al crecer, a consecuencia de esa falta de reprensión. Los que no tienen hijos adoptan a veces un perrito, en el que derrochan sus afectos y al que conceden caballos y otras prendas de valor, que se destruyen cuando el dueño de ellas muere.
Otra de las cosas que me han sorprendido es que los misioneros hayan tenido tan poca suerte en sus esfuerzos para enseñar a esas criaturas a leer y a escribir, porque todas son por naturaleza muy inteligentes, aunque, como es natural, hay excepciones. Es una prueba de su facilidad de imitación el muy poco trabajo con que enseñé al hijo de Hinchel a escribir el nombre de su padre y de dos indios más en muy breve tiempo. Yo tenía la costumbre de estar dibujando siempre buques en una tabla, con un pedazo de carbón, para entretener a las criaturas, y éstas copiaban fácilmente esas figuras. Hinchel mismo, una vez que quería explicar una parte del curso del río Negro, dibujó un mapa tosco en la tabla que, según vi después, resultó perfectamente correcto.
Poca inmoralidad observé en los indios cuando estaban en sus desiertos nativos…
George Chaworth Musters
Vida entre los Patagones