Egon Schiele - Doble retrato de Heinrich y Otto (1913)
No eran hermanos, ni amantes. Existe algo diferente de todos esos lazos, y ellos lo intuían de una manera poco precisa. Existe una especie de hermandad, más fuerte y más densa que la que une a los gemelos que salen del mismo útero. La vida había mezclado sus días y sus noches, lo sabían todo del cuerpo del otro, de los sueños del otro...
Sandor Marai
El último encuentro
La amistad en la obra de Marai
Hay tres temas que insisten en su obra. La amistad, el ser burgués, y la Historia. Dos amigos compartiendo la memoria y tensando el hilo del secreto como en El último encuentro, una amistad entre un escritor, testigo y mentor, con el protagonista de la historia como en La mujer justa, o el encuentro entre el juez y el inesperado personaje que lo devuelve a una vida sellada en Divorcio en Buda, siempre son dos los hombres que entablan una relación que para Marai supera al amor.
Hay un quiebre en Marai. Su pensamiento discute consigo mismo. No es un ensayista, pero sus memorias trasmiten la dinámica de una visión que recorre toda su vida hasta los cuarenta y ocho años. La otras memorias, las del exilio, aún duermen en el sueño calculado de editores y herederos, si es que no han desaparecido. No hay en su obra una teoría de la amistad. Pero los encuentros intensos entre varones son parte de sus relatos. Los amigos se juntan para recomponer trozos de memoria. Volver a verse después de décadas despliega un juego de silencios y palabras medidas, de expectativas y evocaciones que se aclaran a tientas, de comparaciones fisionómicas e imágenes que reaparecen y despiertan un rayo largamente dormido, de sentimientos que intentan hallar un nuevo lugar, aire fresco, una revancha esperada. A un amigo no se lo quiere, se lo tiene. A veces, un amigo integra una familia sub generis, es algo asi como un primo idiota. Son amistades mediocres, inevitables, y necesarias.
La amistad no es una posesión segura, como no lo es la pasión amorosa, pero la incertidumbre que produce no es colmable. El vacío de la amistad no puede llenarse. La compañía de un amigo coexiste con la soledad, y a veces, con la mediocridad.
La lealtad entre amigos no excluye la traición. Requiere, eso sí, un momento en que no hay nadie más que ellos en un duelo sin testigos.
Pero esa amistad, la de Henrik y Konrad en El último encuentro, se forja respecto de una mujer, Cristina. Ambos la aman, uno es su propietario conyugal, el otro su amante. Este amor compartido es el sentido de sus vidas, es el único acuerdo al que llegan. Hay un crimen frustrado. La pasión asesina a la amistad. El reencuentro cuarenta años después, muerta Cristina de decepción infinita, los deja en una soledad en la que cada uno espera del otro una palabra no dicha.
Konrad, el esposo, sabía que su amigo en la partida de caza le había apuntado con el rifle, y sólo un incidente de cacería impidió el disparo. Estaba seguro de que su mujer era cómplice del asesinato. Lo que no conocía eran los detalles, e insiste en que son los detalles los que visten a la verdad porque desnuda no existe.
Los silencios, las no respuestas, los momentos de suspenso, el incremento de la tensión de la intriga, reune el acontecimiento con la voluntad de saber.
Lo doloroso de la verdad es que no es más que lo que se sabe. Y el saber nos deja en la inevitable soledad. La amistad y la soledad se necesitan una a la otra. Se quiere a un amigo, sin captura, a pesar de sus defectos, que incluye sus traiciones. Sólo la cobardía es un fantasma que todo lo aleja. Es lo intolerable. La pérdida del amor propio. Nada queda en el cobarde.
Konrad sabe que su esposa quería que Henrik lo matara, pero todo ese saber es una deducción. Una decisión sin pruebas. No sabe por qué su amigo huye luego del intento frustrado y abandona a su esposa. El tiempo otorga una densidad especial al relato. Cuarenta años de ausencia, un silencio eterno, la espera y la soledad, hacen al hombre vigoroso, y viejo. Marai dice que la vejez es el realismo puro. Ls percepción cruda que hace que un vaso sea un vaso, un hombre no es más que un hombre.
La vida de un hombre o una mujer en la soledad de una casa con la única compañía de una ama de llaves anciana, es una escena repetida. El velo de la ilusión ha caído. La amistad es una de las formas de la soledad. Soporta la decepción. Un amigo se tiene a la distancia. Está fuera de alcance aunque esté cerca, incluso si se lo ve con frecuencia. La convivencia no convierte la relación en un entramado de furias atadas y desatadas. Ni en una rutina agobiante. La amistad no sólo es diferente al amor sino su enemigo. En el amor, se ve en La mujer justa, hay una captura de alma. Se quiere todo. La esposa no entiende que su marido no desee ser amado, y que no soporte grandes dosis de cariño. Se ahoga en el amor, siente que se lo despoja del alma. No se trata de fobia, sino de la aceptación de que no todos necesitan el abrigo o el bozal del amor.
En el amor la individualidad y la supuesta independencia de personalidades descansa sobre un pacto contra la muerte. Hay un deseo de inmortalidad compartida en el amor, la amistad es mortal durante todo el tiempo de su existencia.
Konrad confiesa que lo que amaba por sobre todas las cosas en Cristina, era su soberanía. No dice egoísmo, acusación moral que ignora la belleza de la arbitrariedad y del cerrado narcisismo que encanta a quien no sabe cerrarse sobre sí mismo. Para que exista un soberano, se necesita un súbdito, es la ley de todas las monarquías. Pero la belleza resplandece más aún en la visión de una Reina Solar, la que reina en el desierto, la que ignora la partida de su grey, la monarca que apenas toma en cuenta a sus adoradores.
La amistad no luce esta sublime crueldad. Su poder es otro. Requiere un mínimo factor de poder que hace del amigo una mirada imprescindible y no domesticable. El amigo es un testigo. Una vida sin amistad es desconsoladora. Necesitamos una mirada que nos devuelva a nosotros mismos. Pero que no nos repita. Alguien que hable por nosotros si ya no estamos. Pero no se trata de velarse unos a otros. El amigo es el que sabe. No nos pide algo más, no nos alienta ni nos consuela, su mirada nos calma, mitiga el temor de que en la vida sólo nos acompañe nuestra propia sombra. Es el cuerpo extraño que nos sigue y al que seguimos. Por eso no es imprescindible la comunicación permanente , y a veces también es necesario callar algo.
Necesitamos el amigo que nos conozca, que nos sepa. El erotismo de la amistad tiene sus secretos, pero no juega con el misterio. Su lealtad no es la fidelidad del pacto amoroso. Por otra parte, Marai en sus relatos y en sus memorias se desdice. Aleja fortalezas y virilidades. Denuncia el falso orgullo. Dice que necesitamos la ternura que nos ofrece el prójimo. Somos carentes, y toda la cartonería de supuesta autosuficiencia nos deja inermes y fracasados por ocultar nuestros flancos y mentirnos a nosotros mismos.
Hay un quiebre en Marai. Su pensamiento discute consigo mismo. No es un ensayista, pero sus memorias trasmiten la dinámica de una visión que recorre toda su vida hasta los cuarenta y ocho años. La otras memorias, las del exilio, aún duermen en el sueño calculado de editores y herederos, si es que no han desaparecido. No hay en su obra una teoría de la amistad. Pero los encuentros intensos entre varones son parte de sus relatos. Los amigos se juntan para recomponer trozos de memoria. Volver a verse después de décadas despliega un juego de silencios y palabras medidas, de expectativas y evocaciones que se aclaran a tientas, de comparaciones fisionómicas e imágenes que reaparecen y despiertan un rayo largamente dormido, de sentimientos que intentan hallar un nuevo lugar, aire fresco, una revancha esperada. A un amigo no se lo quiere, se lo tiene. A veces, un amigo integra una familia sub generis, es algo asi como un primo idiota. Son amistades mediocres, inevitables, y necesarias.
La amistad no es una posesión segura, como no lo es la pasión amorosa, pero la incertidumbre que produce no es colmable. El vacío de la amistad no puede llenarse. La compañía de un amigo coexiste con la soledad, y a veces, con la mediocridad.
La lealtad entre amigos no excluye la traición. Requiere, eso sí, un momento en que no hay nadie más que ellos en un duelo sin testigos.
Pero esa amistad, la de Henrik y Konrad en El último encuentro, se forja respecto de una mujer, Cristina. Ambos la aman, uno es su propietario conyugal, el otro su amante. Este amor compartido es el sentido de sus vidas, es el único acuerdo al que llegan. Hay un crimen frustrado. La pasión asesina a la amistad. El reencuentro cuarenta años después, muerta Cristina de decepción infinita, los deja en una soledad en la que cada uno espera del otro una palabra no dicha.
Konrad, el esposo, sabía que su amigo en la partida de caza le había apuntado con el rifle, y sólo un incidente de cacería impidió el disparo. Estaba seguro de que su mujer era cómplice del asesinato. Lo que no conocía eran los detalles, e insiste en que son los detalles los que visten a la verdad porque desnuda no existe.
Los silencios, las no respuestas, los momentos de suspenso, el incremento de la tensión de la intriga, reune el acontecimiento con la voluntad de saber.
Lo doloroso de la verdad es que no es más que lo que se sabe. Y el saber nos deja en la inevitable soledad. La amistad y la soledad se necesitan una a la otra. Se quiere a un amigo, sin captura, a pesar de sus defectos, que incluye sus traiciones. Sólo la cobardía es un fantasma que todo lo aleja. Es lo intolerable. La pérdida del amor propio. Nada queda en el cobarde.
Konrad sabe que su esposa quería que Henrik lo matara, pero todo ese saber es una deducción. Una decisión sin pruebas. No sabe por qué su amigo huye luego del intento frustrado y abandona a su esposa. El tiempo otorga una densidad especial al relato. Cuarenta años de ausencia, un silencio eterno, la espera y la soledad, hacen al hombre vigoroso, y viejo. Marai dice que la vejez es el realismo puro. Ls percepción cruda que hace que un vaso sea un vaso, un hombre no es más que un hombre.
La vida de un hombre o una mujer en la soledad de una casa con la única compañía de una ama de llaves anciana, es una escena repetida. El velo de la ilusión ha caído. La amistad es una de las formas de la soledad. Soporta la decepción. Un amigo se tiene a la distancia. Está fuera de alcance aunque esté cerca, incluso si se lo ve con frecuencia. La convivencia no convierte la relación en un entramado de furias atadas y desatadas. Ni en una rutina agobiante. La amistad no sólo es diferente al amor sino su enemigo. En el amor, se ve en La mujer justa, hay una captura de alma. Se quiere todo. La esposa no entiende que su marido no desee ser amado, y que no soporte grandes dosis de cariño. Se ahoga en el amor, siente que se lo despoja del alma. No se trata de fobia, sino de la aceptación de que no todos necesitan el abrigo o el bozal del amor.
En el amor la individualidad y la supuesta independencia de personalidades descansa sobre un pacto contra la muerte. Hay un deseo de inmortalidad compartida en el amor, la amistad es mortal durante todo el tiempo de su existencia.
Konrad confiesa que lo que amaba por sobre todas las cosas en Cristina, era su soberanía. No dice egoísmo, acusación moral que ignora la belleza de la arbitrariedad y del cerrado narcisismo que encanta a quien no sabe cerrarse sobre sí mismo. Para que exista un soberano, se necesita un súbdito, es la ley de todas las monarquías. Pero la belleza resplandece más aún en la visión de una Reina Solar, la que reina en el desierto, la que ignora la partida de su grey, la monarca que apenas toma en cuenta a sus adoradores.
La amistad no luce esta sublime crueldad. Su poder es otro. Requiere un mínimo factor de poder que hace del amigo una mirada imprescindible y no domesticable. El amigo es un testigo. Una vida sin amistad es desconsoladora. Necesitamos una mirada que nos devuelva a nosotros mismos. Pero que no nos repita. Alguien que hable por nosotros si ya no estamos. Pero no se trata de velarse unos a otros. El amigo es el que sabe. No nos pide algo más, no nos alienta ni nos consuela, su mirada nos calma, mitiga el temor de que en la vida sólo nos acompañe nuestra propia sombra. Es el cuerpo extraño que nos sigue y al que seguimos. Por eso no es imprescindible la comunicación permanente , y a veces también es necesario callar algo.
Necesitamos el amigo que nos conozca, que nos sepa. El erotismo de la amistad tiene sus secretos, pero no juega con el misterio. Su lealtad no es la fidelidad del pacto amoroso. Por otra parte, Marai en sus relatos y en sus memorias se desdice. Aleja fortalezas y virilidades. Denuncia el falso orgullo. Dice que necesitamos la ternura que nos ofrece el prójimo. Somos carentes, y toda la cartonería de supuesta autosuficiencia nos deja inermes y fracasados por ocultar nuestros flancos y mentirnos a nosotros mismos.
Tomás Abraham
"Marai, la destrucción de un escritor"
ver artículo completo en : La Caja Digital, año 1 nº2
Sandor Marai
Convivieron con naturalidad desde el primer momento, como gemelos en el útero de su madre. Para ello no tuvieron que hacer ningún «pacto de amistad», como suelen los muchachos de su edad, cuando organizan solemnes ritos ridículos, llenos de pasión exagerada, al aparecer la primera pasión en ellos —de una forma inconsciente y desfigurada—, al pretender por primera vez apropiarse del cuerpo y del alma del otro, sacándole del mundo para poseerlo en exclusiva. Esto y sólo esto es el sentido del amor y de la amistad. La amistad entre los dos muchachos era tan seria y tan callada como cualquier sentimiento importante que dura toda una vida. Y como todos los sentimientos grandiosos, también contenía elementos de pudor y de culpa. Uno no puede apropiarse de una persona y alejarla de todos los demás sin tener remordimientos.
Sandor Márai
El último encuentro
El último encuentro
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