07 septiembre, 2007

El amor, esa cosa

recreación de Jardín de August Macke


Las relaciones interpersonales con todo lo que acarrean -amor, relaciones de pareja, compromisos, derechos y deberes mutuamente reconocidos- son al mismo tiempo objetos de atracción y de aprensión, de deseo y de temor; sedes de duplicidad y vacilación, de examen de conciencia y de ansiedad... La mayoría de nosotros adoptamos dos actitudes frente a esa novedad de "vivir sin cadenas", de relaciones "sin compromisos". Las codiciamos y tememos al mismo tiempo. No daríamos marcha atrás pero nos sentimos a disgusto donde estamos ahora. No sabemos qué hacer para tener las relaciones que deseamos y, lo que es todavía peor, no estamos seguros de qué tipo de relaciones deseamos.
Creo que Erich Fromm captó el dilema en su esencia cuando observó que "la satisfacción en el amor individual no se puede alcanzar... sin verdadera humildad, valentía, fe y disciplina". Pero añadía enseguida, con tristeza, que, "en una cultura dichas cualidades son raras, la capacidad de amar debe seguir siendo un extraño logro". Amar significa estar decidido a compartir y mezclar dos biografías, cada una con su diferente carga de experiencias y recuerdos y su propia singladura. Por la misma razón, significa un acuerrdo cara al futuro y, por lo tanto, cara a ese gran desconocido. En otras palabras, como observó Lucano hace dos milenios y repitió Francis Bacon muchos siglos después, significa entregar rehenes al destino. También significa hacerse dependiente de otra persona dotada con una libertad parecida para elegir y con voluntad para mantener esa decisión, y, por tanto, de otra persona llena de sorpresas, imprevisible.
Mi deseo de amar y de ser amado sólo puede culminarse si una auténtica disposición a que sea en las "duras y las maduras" lo respalda, a comprender mi propia libertad si fuera necesario, de modo que la libertad de la persona amada no sea violentada. En el Banquete de Platón, Diotima de Mantinea... le señala a Sócrates, con el acuerdo incondicional de este último, que el "amor no es para la belleza, como piensas", "es para engendrar y dar luz en la belleza". Amar es desear "engendrar y procrear" y, por tanto, el amante "va buscando de un lado a otro la cosa hermosa en la que poder engendrar". En otras palabras, el amor no encuentra su sentido en el ansia por cosas conclusas, terminadas y fabricadas de antemano, sino en la urgencia por participar en y contribuir a que dichas cosas se hagan realidad. El amor es afín a la trascendencia; sólo es otra denominación del impulso creativo y, como tal, está plagado de riesgos, como los están todos los procesos creativos, que jamás se saben dónde van a ir a parar.
Terminamos con una paradoja. La esperanza de encontrar una solución guió nuestro inicio sólo para toparnos con nuevos problemas. Buscamos amor para encontrar socorro, confianza, seguridad, pero los aciagos y tal vez interminables trabajos de amor gestan a su vez confrontaciones, incertidumbres e inseguridades. En el amor no hay apaños rápidos, soluciones de una vez por todas, seguridad alguna de perpetua y total satisfacción, no hay garantía de que te devuelven el dinero en caso de que la satisfacción total no sea instantánea y en estado puro. Todos esos mecanismos anti-riesgo de pago que nuestra sociedad de consumo nos ha acostumbrado a esperar no se dan en el amor. Así que tenemos tendencia a aplanar a golpes nuestras relaciones al estilo "consumista", el único en el que nos sentimos cómodos y seguros.
El "estilo consumista" pide que la satisfacción haya de ser, deba ser, es mejor que sea, instantánea, mientras que el valor exclusivo, el único "uso" de los objetos, es su capacidad para dar satisfacción. Una vez cesa la satisfacción (debido al desgaste natural de los objetos, debido a los conocidos y aburridos que nos resultan, o debido a que hay otros instrumentos sustitutos en oferta, menos conocidos, que no hemos probado (y, por tanto, más estimulantes), no hay motivo para atestar la casa de cachivaches tan inútiles.
Uno de los regalos de Navidad siempre favoritos de los niños ingleses es un perro (normalmente un cachorro). Al hablar de la grave crisis que atraviesa esta costumbre, Andrew Morton comentaba recientemente que los perros, conocidos sobre todo por su capacidad de adaptación al entorno y a las costumbres humanas, deberían "empezar por reducir sus expectativas de vida de quince años aproximadamente a otra cifra más acorde con la duración de la atención en el mundo moderno: digamos unos tres meses" ... Un alto porcentaje de gente que pone a sus perros de patitas en la calle "se ha librado de ellos para hacer sitio a otro perro que esté más de moda".
Lo mismo que sucede con los animales para con los hombres mascota. Barbara Ellen, una columnista del Observer Magazine, escribe de "plantar a tu pareja" como de algo normal. "Se ha dicho que la muerte es una parte importante de la vida. ¿Acaso la ruptura no es igualmente una parte importante de la relación?" Parece que romper se considera ahora un acontecimiento tan "natural" como es la muerte en relación con la vida, ya que las relaciones,una vez codiciadas como pasadizo a la eternidad de humanos mortales, se han vuelto fisíparas y mortales; efectivamente infestadas con unas expectativas de vida muchas veces más corta que la de los individuos que las han formado sólo para volverlas a romper ...

Animales o humanos, parejas o mascotas... ¿Importa algo? Todos sirven para lo mismo: satisfacernos (al menos para eso los conservamos). Si no lo hacen, no tienen sentido en absoluto ni, por tanto, razón de estar aquí ... No obstante, no se menciona que como el comienzo de una relación de pareja requiere el consentimiento de dos y para acabar con ella basta con la decisión de uno solo de sus miembros, toda relación de pareja está condenada a ser blanco constante de ansiedad. ¿Y qué pasa si el otro se aburre antes que yo? ...

La disponibilidad de una salida fácil constituye en sí misma un obstáculo formidable para la consumación del amor. Hace que sea mucho menos probable el tipo de esfuerzo a largo plazo que dicha consumación requeriría, que se sea susceptible de ser abandonado mucho antes de alcanzar una conclusión gratificante, rechazado por "no salir mucho a cuenta",molesto por un precio que uno considera que no hay motivo alguno para pagar, teniendo en cuenta los sustitutos aparentemente más baratos asequibles en el mercado.

Si nuestros ancestros fueron formados y entrenados, sobre todo, como productores, a nosotros se nos forma y se nos entrena primero como consumidores y luego como todo lo demás. Los atributos que se consideran ventajas en el productor (la adquisición y la retención de hábitos, prontitud para demorar la gratificación, estabilidad de necesidades) se convierten en los vicios más impresionantes para un consumidor...
El futuro siempre ha sido incierto pero nunca se ha tenido la sensación de que su naturaleza volátil y caprichosa era tan indisciplinada como en el moderno mundo líquido del trabajo "flexible", de los frágiles vínculos humanos, de los estados de ánimo fluidos, de las amenazas flotantes y de una imparable cabalgata de peligros camaleónicos. Nunca se ha tenido la rotunda sensación de que el futuro es, como ha sugerido, Emmanuel Levinas, el "otro absoluto", inescrutable, impermeable, inconocible, y, al final, fuera del control humano.
En un mundo en donde se practica la falta de compromiso como estrategia vulgar de lucha de poder y de la autoafirmación, hay pocas cuestiones en la vida (en caso de que haya alguna) que se puedan predecir, sin temor a equivocarse, que van a durar ... El pensamiento a largo plazo (y aun más las obligaciones y compromisos a largo plazo) se perfila como "sin sentido". Todavía peor, pensamiento, obligaciones y relaciones a largo plazo parecen contraproducentes, categóricamente peligrosos, un paso insensato, un lastre que hay que tirar por la borda y que en primer lugar hubiera sido mejor no subir a bordo...

Zygmunt Bauman
Identidad

No hay comentarios.: