Detroit Photograph Company Street Mulberry entrada al barrio pequeña Italia
en Manhattan Nueva York (ca. 1900)
En el centro de la disertación estaba la crítica al capitalismo, considerado un sistema complejo, con gran capacidad de expansión y de renovación técnica. Sin entrar en la descripción sentimental de las desigualdades sociales, el Manifiesto definía el capitalismo como un organismo vivo que se reproducía sin cesar, un mutante darwiniano, «ya no un fantasma», alegaba con ironía, «más bien un alien» que en su transformación tecnológica anunciaba el advenimiento de formas culturales que ni siquiera respetaban las normas de la sociedad que las había producido.
La producción capitalista es ante todo expansión de nuevas relaciones sociales capitalistas. Por lo tanto, es imposible que este sistema mejore o se reforme ya que sólo busca reproducir la relación capitalista renovada y a escala ampliada. Los mercados financieros colapsan, las economías estallan como burbujas de aire y ése es el modo en que el capital crece. Analizaba el fracaso de la URSS y sus satélites y la dominación del capital en China y en los viejos territorios coloniales de Oriente como una nueva etapa del avance del capitalismo en busca de espacios vacíos. Esa expansión territorial (que los medios llaman La caída del muro) liberó nuevas energías y permitió una mutación científica y tecnológica sorprendente: inmensas regiones se abrieron, un ejército de consumidores y de mano de obra de reserva fue puesto a disposición del mercado.
El capitalismo, en su expansión tecnológica, no se detiene ante ningún límite: ni biológico, ni ético, ni económico, ni social. El desarrollo ha sido de tal magnitud que ha afectado radicalmente las certidumbres emocionales y hoy la sociedad enfrenta su última frontera: su borde –su no man’s land- lo que Recycler llamaba “la frontera psíquica”.
Ricardo Piglia
El camino de Ida